Recibí en mi oficina a Armando, que venía a pautar la despedida de su esposa, Rita.
_ Lo escucho, Armando. Póngase cómodo.
_ Necesito que el ataúd de Rita tenga cerrojos bien seguros. De ser posible, un candado.
El hombre se puso incómodo, y se sonrojó.
_ Le voy a contar algo, y espero no me tome por loco, o por cobarde…
“Una noche, me despertó con un cuchillo en el cuello. Fue horrible. Me dijo, entre lágrimas:
_ ¡Déjame en paz! ¡Sé que soy un monstruo! ¡Pero no te atrevas a fallarme, porque te arrepentirás!
“Desde ese día en adelante, mi vida con Rita fue un verdadero infierno.
“Quiso la desgracia que se enfermara, y su intensidad cobró un ritmo terrorífico.
Armando estaba avergonzado por haberme confesado sus miedos.
Para no aterrar más al pobre hombre, nada le dije de mi visión, y le prometí cumplimentar su pedido.
Le conté todo a Tristán. Esperamos la llegada del cuerpo, para prepararlo.
Le impusimos las manos, levantando las cadenas que había traído para asegurar su ataúd.
Pudo irse tranquilo, para retomar una vida normal.
Los espero en La Morgue, mis amigos, con mi colección y mis historias.
Tengo toda la paciencia del mundo. Porque sé, que tarde o temprano, de igual modo, vendrán por acá.